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jueves, 28 de octubre de 2010

DEJAR QUE LOS CORAZONES FLUYAN




Dios Dijo:

Abran sus corazones, amados, venga lo que viniere.

El valor de sus corazones no puede depender de lo que se le de como alimento.

Si sus corazones esperan a que las condiciones y las circunstancias sean perfectas antes de dar, sus corazones se encontrarán con pocas fuerzas. Sus corazones han de estar habituados a amar en todo momento; noche y día, llueva, o haga sol. Sus corazones no han de esperar a señales que vengan de fuera. Sus corazones laten por sus propios méritos. Sus corazones no tienen que practicar; siempre se encuentran formando parte de la pura verdad.

Buscar una indicación significa esperar algo. Sus corazones están predestinados a no esperar por nada; han de seguir ir adelante, sin importar que aparezcan, o no, barcos sobre el horizonte. Sus corazones han de guiarse a si mismos.

O pueden considerar a sus corazones como un tren rápido. Un tren no espera a otro. Simplemente continúa su rumbo señalado sin importar dónde vayan otros trenes; no obtiene lo que precisa saber de otros trenes.

Y es por eso que sus corazones han de ir resoplando como un tren. Se trata de un tren rápido, que ni empieza a trasladarse, ni se para, por cause de condiciones atmosféricas. También se podría decir que siempre parece estar comenzando, al dejar continuamente que todo el mundo suba abordo, fácil y mecánicamente. Quienquiera que surja a la vista del tren, es recibido, y honrado. El tren saluda con deferencia a todos y no se arrodilla ante nadie.

El tren, al que nos referimos como Nuestros corazones, es brillante, y luminoso. Otro tren puede no tener fuerza para funcionar, pero jamás el Nuestro. Nuestro corazón de amor está siempre pleno y enviando su amor, según va serpenteando por el sendero de la vida.

De alguna manera ustedes tienen la idea de que sus corazones son suyos, y de que les pertenecen para hacer lo que consideran su voluntad. Que son suyos para dar y para retener, para dar y para entregar, para dar y para ocultar; suyos para dar y también para decidir donde y cuando hacerlo. Sus corazones son Míos, y Mi corazón jamás es exclusivo. Mi corazón no le saca faltas a todo. Mi corazón no se aferra a sí mismo como si pudiese coger un resfriado.

Sus corazones están ahí para seguir al Mío, pero no a algún capricho censor de la mente errante. La función de la mente no es ser el ingeniero que ordene a sus corazones que paren, o que sigan adelante. Son sus mentes las que han de decirles a sus corazones de una vez por todas:

"Funcionen; funcionen como un cargador. Sean un faro cuya luz siempre está encendida. Entreguen su amor por completo en cada momento; nunca escatimen en él. Un corazón feliz, entrega, y yo quiero que sus corazones sean felices. Nosotras, las mentes de cada uno de ustedes, no seremos en absoluto estrictas partidarias de la disciplina. Nos aseguraremos de que no haya puerta a la entrada de sus corazones. Nos aseguraremos de que sus corazones estén siempre abiertos. Eso es lo que nosotras les pediremos que hagan. Nos cercioraremos de que ustedes ofrezcan sus corazones incesantemente a todos los que pasen cerca, y a todos aquellos que estén alejados; puesto que nosotras, sus mentes, sabemos lo que ustedes van a hacer, y les damos permiso para ello ahora. Nunca más interferiremos y etiquetaremos a una persona con amor, y a otra no.

"Nosotras aceptaremos de una vez y para siempre que un latido suyo, Corazones, valga más que mil de muestras divagaciones, cálculos, y valoraciones. Ya nunca más seremos sus directores. Nuca más les pediremos reflexionar y esperar. Ya nunca más les minaremos. Nunca más exigiremos nada de ustedes, Corazones Latientes, a excepción del amor que tienen para dar; en un círculo siempre creciente, para entregarlo de la forma más plena que Dios concedió para hacerlo.

Que tontas hemos sido para interferir aunque fuese una sola vez, con el acto de entrega de unos corazones tan grandes como los suyos. Ahora, gentilmente, les pedimos que asuman prioridad sobre nosotras. Nosotras podemos pensar, pero ustedes pueden amar. Por ello, ante ustedes, nos quitamos el sombrero.

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